domingo, 29 de marzo de 2020

LA IRREVERENCIA Y EL DON DE PROFECÍA


2Tim 3:2 Porque los hombres serán amadores de sí mismos, avaros, jactanciosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, irreverentes...


El Apóstol Pablo se refiere al tiempo postrero diciendo: “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” y la palabra traducida como “peligrosos” conlleva la idea de problemas, dificultades, y situaciones estresantes. Entonces acorde a la advertencia del apóstol para su discípulo -cuya finalidad verdadera es advertirnos a nosotros- entendemos que estos tiempos serán difíciles debido a muchas situaciones que pueden afectar a la iglesia, de no ser ministrada apropiadamente.

Sin embargo, al hablar de estos peligros, Las características que Pablo describirá son de personas malas. Habla de guerras, hambre o enfermedades, problemas climáticos, ni ninguna otra calamidad o dolencia que de hecho estamos viendo proliferar en la actualidad, sino los caminos malvados y depravados de los hombres. La palabra griega utilizada en este versículo para definir peligrosos tiene distintas acepciones, y es usada para referirse a los animales salvajes o para el mar embravecido. Y solo aparece otra vez en el NT cuando el evangelio de Mateo habla de dos endemoniados gadarenos que eran tan feroces que nadie se atrevía a pasar por aquel camino (Mat 8:28).

Hemos sido enseñados que estas actitudes son una manifestación del espíritu del anticristo que se opone a las manifestaciones del Espíritu Santo y sus dones, como parte de la operación de error del final de los tiempos, en la que el enemigo pretende engañar de ser posible aun a los escogidos de Dios.

Entre las actitudes peligrosas de los hombres del final de los tiempos, en algunas versiones se menciona la irreverencia, que se traduce de la palabra ANOSIOS y que significa, impío, malvado, perverso, irreverente. La irreverencia no es otra cosa sino la falta de respeto.

Obviamente la falta de respeto se manifiesta en aquellas personas que desconocen la autoridad o el poder de alguien o algo. Por ejemplo, cuando un agente de la policía porta su uniforme de forma pulcra y gallarda, inspira respeto y si manifiesta conocimiento de la ley, es respetado porque denota autoridad para sancionar o dejar en libertad a las personas, pero si por el contrario, no porta el uniforme con dignidad, lo mas seguro es que nadie lo respete, o si intenta dirigir el tráfico, será seguramente ignorado al intentar hacer señal de alto a los vehículos, porque la gente no tendrá conocimiento de su autoridad al no ver el uniforme que lo identifica como un agente de la autoridad.

De igual manera, las personas que no conocen a Dios temen a quien no deben temer, por eso es que el Señor nos deja la advertencia en Su Palabra, instruyéndonos a no temer a quien puede dañar el cuerpo, pero no puede tocar nuestra alma, puesto que es Dios el único que puede destruir ambos en el infierno (Mat 10:28).

Ahora bien, partamos desde que un profeta es un representante de Dios en La Tierra; es alguien que habla de parte de Dios y con la autoridad que el Señor le da, para trasladar su voluntad a los hombres, pero si estos hombres desconocen la autoridad de Dios, entonces seguramente desconocerán e irrespetarán la autoridad del ministro, o de la profecía.

El asunto es que estas personas se pierden una gran bendición, dado que el Señor Jesucristo dice que quién le recibe a Él, recibe a quien lo envió (el Padre) y que quien recibe a un profeta, por cuanto es profeta, recibirá recompensa de profeta (Mat 10:41).

Según el diccionario secular, el adjetivo de irreverente se le adjudica a una persona que no muestra respeto. En su epístola a los romanos, el apóstol Pablo habla de que la Ira de Dios se desata contra la gente irreverente porque ocultan Su Verdad y por su falta de respeto hacia el Creador, terminan con un corazón entenebrecido que los conduce a la idolatría y la deshonra de sus propios cuerpos (Rom 1:18-25).

Un personaje bíblico que muestra ser irreverente es Nabal (cuyo nombre significa insensato) y al no mostrar respeto alguno por el ungido de Dios, es decir el rey David, acaba sus días con un corazón endurecido como piedra y su esposa Abigail, que incluso intercede por la casa de Nabal, termina siendo esposa del rey. Otros personajes que eran irreverentes con las cosas sagradas eran Ofni y Finees, los hijos del Sacerdote Elí, quienes eran impíos y no tenían conocimiento de Jehová, y por no escuchar la voz de su padre, Dios decreta su muerte y su familia es desechada del sacerdocio (1Sam 2:12-36).

Esto ultimo es muy importante para nosotros, porque el apóstol Pedro nos enseña que hacemos bien en prestar atención -una forma de mostrar respeto- a la Palabra Profética más segura -La Biblia-. En esta epístola, nos dice en pocas palabras que debemos respetar la profecía de Dios dada a través de sus siervos; el profeta Oseas por su lado nos enseña que el pueblo de Dios perece o se extravía por falta de conocimiento, y que aquel que desprecia el conocimiento es quitado del sacerdocio y aquel que se olvida de la ley de Dios -escrita en palabra profética más segura- hará que Dios se olvide de su descendencia (Os 4:6).

Para finalizar entendemos que una actitud irreverente es una actitud descortés e irrespetuosa, una actitud que demuestra altanería. Las personas que se creen auto suficientes, no tienen respeto por Dios porque no creen necesitarlo, los que se creen demasiado “inteligentes o sabios” tampoco tienen la humildad necesaria para recibir una profecía que venga de parte del Señor, pero cuando Él  habla a través de su Palabra Profética develando el rhema debajo del logos, o cuando habla a través de la boca de un ministro o un siervo en una profecía, entonces seguramente provocara cambios en lo intimo de la persona a quien el envía su mensaje. Entonces, solo nos queda decir que, para erradicar toda contaminación de irreverencia de nuestro ser integral, necesitamos aprender a conocer a Dios y humillarnos delante de Él, recordando que nuestras armas no son carnales, sino poderosas en Dios, para destruir toda especulación y llevar toda altivez y todo pensamiento altivo, a la obediencia de Cristo.

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